8/9/09

Toda mi fortuna y frases hechas 2

Mi amigo Adrián dice que según la ley de Finagle de los negativos dinámicos, si algo puede salir mal, saldrá mal. Me acordé de Adrián cuando estaba reconstruyendo mi cara frente al espejo en el baño de la sala de periodistas del Congreso de la Nación y con la manija de la puerta del banitori me enganché la media de lycra negra justo en la rodilla.
Por un momento pensé en hacerle varios agujeros más con la colilla del cigarrillo para emparejar, pero me pareció una medida un poco extrema, solo porque no creía que lookeada como Gloria Trevi pudiera entrar al despacho del diputado sin despertar, al menos, alguna sonrisa sarcástica en los ordenanzas que mataban el tiempo en los pasillos.

Utilicé mis más bajos recursos de seducción, debo confesarlo, con uno de los periodistas jóvenes y logré convencerlo de que saliera a comprarme un par de medias nuevo. Después de todo éramos colegas, aunque yo tuviera mi título de licenciada en ciencias de la comunicación guardado en un cajón y estuviera momentáneamente para servirle el café y limpiar las miguitas de media luna de su escritorio.
A todo esto, ni siquiera estaba segura si me animaría, en serio, a golpear la puerta de ese despacho, porque todavía no había encontrado la excusa que sirviera para sentarme enfrente de ese bombonazo el tiempo suficiente para que me invitara a salir.
Cuando estaba cambiándome las medias en el baño sonó mi celular. Era Claudia, mi otra amiga, la artista plástica, la que siempre tiene la respuesta que yo hubiera tenido que tener y no se me había ocurrido.
- Pero querida.- me dijo Claudia.- ¿para que querés una excusa si tenés una razón verdadera para entrevistarlo?
- ¿Qué razón? ¿entrevistarlo, para qué, para quien?
- Decime, dulce, ¿vos no estás escribiendo la novela?
- Si..la novela…pero…
- Bueno, le decís que estás haciendo una investigación para tu novela y que necesitás que te cuente detalles del trabajo de un legislador, para armar un personaje creíble en tu historia, que se yo, vos tenés imaginación para eso.
- Tenés razón. No se me había ocurrido. Te odio.
En realidad lo que odiaba era que siempre me hacía quedar como una estúpida, como no se me iba a ocurrir, si era de lo más lógico, y además me dejaba abierta la puerta para varios encuentros. Si el diputado se ponía verborrágico, cosa esperable de un político, podía llegar a estar meses hablando. ¿A qué político no le gusta tener auditorio?
Ya me sentía más segura teniendo clara la estrategia, pero igual se me llenaba la panza de cosquillas y no era el efecto del yogur, no, eran nervios. Como no habíamos quedado en ningún horario específico, el "más tarde" "pasá por mi despacho" me empezó a sonar elusivo y entré a maquinarme con que lo había dicho por compromiso para sacarse a una molesta de encima y que justamente se estaba yendo con una licencia de un año. Que garrón.
Cuando estaba en el clímax de la baja estima, si es que se me permite el uso de esta contradicción semántica, él se asomó por la puerta principal y con todos sus dientes en fila y a cuestas, me dijo:
- Ya estoy en mi despacho, podés venir cuando quieras.
Y entonces si, tuve que correr para el baño porque el yogur había llegado al último, ultimísimo tramo de mi aparato digestivo.

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