13/2/10

Pacto en San Valentín

Hacía un mes que estaba viviendo en la estancia el día de la tormenta.
Agobiada, maldiciendo al calor y los mosquitos. Añorando de a ratos el confort de mi departamento con aire acondicionado. Me asomé a la ventana y la vi. Venía avanzando parejo desde el noroeste, con una negrura compacta traspasada por los flashes, uno detrás del otro, sin pausa.
A Dios se le ocurrió hacer una atemorizante sesión de fotos del planeta, diría mi madre.
Las tormentas en el campo irradian silencio. Y de pronto el trueno te corre por la espalda como un mal presagio.
Estaba sola en la casa principal. Dante se había ido temprano a los galpones, a reunirse con la peonada. Dante. ¿Qué hacía que no venía? Con esa tormenta tendría que estar conmigo.
Yo era recién una aprendiz de estanciera atolondrada que sin su presencia aglutinante me sentía fragmentada en medio de un mapa sin señalizar. Dios, como lo amaba.
Salí a buscarlo con esa punzada en la boca del estómago que me alerta sobre algunos eventos trágicos, alzando las manos como si el gesto me preservara de una furia que estaba por caer, implacable, sobre mi cabeza.
Llegué justo cuando Dante se subía a la camioneta.
- ¿Adonde vas?-. le dije gritando.
- Voy a buscar a José, que está en medio del campo y lo agarró la tormenta arriando animales. Quedate adentro hasta que vuelva, por favor.
- ¿Es peligroso?- le pregunté señalando los relámpagos crecientes.
- ¡No!-. me contestó gritando sobre un trueno.
- ¡Entonces voy con vos!-. le dije mientras me subía decidida a la camioneta.
- No, pendeja, vos no vas.
- ¡Entonces si es peligroso! - le grité acomodándome en el asiento delantero-, si yo no puedo ir, vos tampoco.
- Mirá, esto es una emergencia, no vamos a perder tiempo discutiendo. No podés venir y punto-. Dijo poniendo en marcha la camioneta y girando hacia la casa.
- ¡Por favor! Le tengo mucho miedo a las tormentas, no me quiero quedar sola- mentí con desesperación.
Dante se bajó y me abrió la puerta. Se mordió el labio inferior y soltó su voz de lija al agua. Su voz como de cantaor flamenco. Su voz como de Diego el Cigala.
-Mirá, pendeja, no estamos jugando. O te bajás por tu cuenta o te bajo yo.
-Está bien, me bajo yo. ¡Pero cuidate!
Entonces me rodeó la cintura con sus brazos morenos, me apretó contra la camioneta y me violó la boca con un beso de los suyos. De esos que venían precedidos por la aspereza sutil de la barba y sucedidos por un mordisco suave y una lengua contundente. Me besó como besan solo los hombres que conocen el camino directo hacia su propiedad. Dios, como lo amaba.
- Te mando a Mercedes para que te haga compañía-. dijo, seguro de haber dinamitado otra vez una avanzada rebelde de mis genes en un solo acto.
Entré a la casa temblando. El beso y la tormenta habían tomado el control de mi cuerpo.
Mercedes llegó empapada y se paró tímidamente a mi lado en la cocina.
- Uh, Mercedes, no hace falta que te quedes, yo estoy bien. Andá con tu familia vos.
- No patroncita, me tengo que quedar, si no el patrón se va a enojar.
-Está bien. No me digas patroncita, me causa gracia. Tomemos unos mates, ¿Querés?
- Yo los preparo, señora.
También me causó gracia oír que me llamaran señora. Todavía no me había acostumbrado. Ibamos a festejar el primer día de los enamorados como marido y mujer. Estaba todo preparado para una cena especial. Ahí le daría la noticia.
Miré la foto del casamiento en el centro de la mesa.
Desde la foto, Dante y sus ojos como de gitano. Dante y su línea de barba fina sobre el mentón. Dante y su angosta cadera bajo el pantalón del frac, ese que yo misma le había arrancado con urgencia después de la fiesta. Dante y sus piernas como de bailaor gitano y su pelvis ondulante entre mis piernas.
Dios, como lo amaba.
La tormenta no paraba de lanzar malos augurios. Me recosté en la ventana tratando de crear un camino protegido que trajera de vuelta a mi hombre adonde debía estar, adonde pertenecía. Afuera era todo una planicie oscura que quería tragarlo, desaparecerlo, escurrirlo de mi abrazo.
Mercedes tenía la mirada perdida. Su hombre también estaba allá.
- Señora, si usted me permite…quisiera prenderle una vela a la santita.
- Hacelo tranquila. Si eso te ayuda.
- Gracias- dijo sacando del pecho una estampita- Es Santa Bárbara, la patrona de las tormentas. Es muy milagrosa.
Se hizo un largo silencio en el que Mercedes rezaba y yo me enfrentaba a mis dudas.
Ella tenía su fe, yo solo tenía una ira que crecía con las horas.
Y con mi ira como armadura salí a desafiar a la tormenta.
Alzando los brazos y exponiendo el pecho, le grité que no se atreva. Que no se atreva a quitarme a mi hombre. Que no se atreva a mezclar esta agua con su sangre.
Mercedes se había dormido sobre la mesa, cansada de negociar con la santita.
Entonces hice el pacto. Un pacto con la tormenta, que ella aceptó, asesina voraz como pocas, aprovechando mi debilidad de enamorada.
Cuando Dante volvió sano y salvo, me encontró sentada en medio del charco en la entrada.
Ya estaba amaneciendo y el sol iluminaba la sangre diluida en el agua.
Mi vientre estaba vacío. El pacto se había cumplido.
La tormenta se había ido llevándose una vida. Pero no la de Dante.
Dios, como lo amo.

Nota de la autora
El video lo puse al solo efecto de ilustrar como es la voz de Dante, el personaje del cuento. Por si no había sido clara mi descripción.

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