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15/1/14

Casada conmigo



El hombre de unos cuarenta años, con anteojos recetados y la cabeza casi rapada conversaba con otros dos hombres con acento español. Quedé absorta porque su parecido con José no podía ser casual. Pero no me reconoció, así que no era mi José. Yo estaba en Ezeiza y el avión que traía a mi nuevo amor desde México se anunciaba para dentro de dos horas.


¿Qué hacía el clon de José cancelando la felicidad ese momento que debía ser histórico?
Entonces la certeza de que me había equivocado se volvió tan clara que me dolía en los ojos. Decir que me cayó la ficha es poco descriptivo. Me cayeron todas las fichas que durante tres meses había ordenado, prolijas, y bien pensadas para concretar un romance que había nacido en la Internet y que no era José.

José me había dicho claramente semanas antes que nunca podría dejar las Baleares porque se debía a los suyos, sus padres enfermos, mayores y solos. Y dado que yo tampoco podía dejar Argentina, porque a los míos, sanos y jóvenes jamás los dejaría. Lágrimas, carilinas y The End.

Inmediatamente me aboqué a la búsqueda del sustituto posible de José el imposible. Con esa garra estúpidamente luminosa de los que no terminan de asimilar un fracaso y emprenden otro. Un clavo saca otro clavo dice el saber popular. Y tuve la mala suerte de encontrar el clavo. O de inventarlo. Y estaba llegando en apenas dos horas.

Me senté a tomar un café con la duda. ¿Era físicamente real este gallego idéntico al José  real o era un telegrama cósmico? como fuera, no resolvía mi problema geográfico: yo estaba ahí y el avión que traía al mexicano a bordo no dejaría de aterrizar.


Evalué la situación hasta que todo quedó reducido a las únicas dos salidas posibles: huir o luchar. No puedo decir que elegí porque obedeciendo el rigor científico, el que eligió por mí fue el cableado neuronal que siempre me lleva a optar por el camino más recorrido: la lucha.

Dos horas más tarde, el mexicano y yo nos tomamos un café con la incomodidad. No se fingir. Mi cara lo dijo todo. Y mis lágrimas cayeron al ritmo de la impotencia mientras le decía la verdad  a mi repentino ex amor mexicano. Aunque nunca le dije la toda la verdad porque eso me sería revelado más tarde:
Como una epifanía:
José, mi José, aquel José que amaba y me amaba a miles de millas era tan inalcanzable como irreemplazable, incluso por el mismo José de carne y hueso y que el clon de José había venido en forma de telegrama cósmico a revelarme esto; que no era él pero tampoco otro. Que no era nadie en realidad. Porque lo que yo buscaba, con la garra estúpidamente luminosa que me caracteriza, era estar felizmente Casada conmigo.

Gracias  Wei Hu y universo por Casada con Buda


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1/1/11

Una acuarela de Dali

 




Salvador Dalí


El Paraíso Terrenal Purgatorio.


Acuarela.



I

El tipo - ¿Cómo era que se llamaba? Manuel, creo que me dijo - me agarra de los pelos y me obliga a mirarme en el espejo.

- Mirate a los ojos cuando acabes- me dice- es alucinante.

Yo trato y me concentro, pero lo único que quiero es que el hijo de puta de Mateo me vea en este momento.

Me gustaría filmar esto y mandárselo pero ¿adonde? Vaya a saber donde está el turro con su putita joven. Seguramente en alguna playa brasilera barata, la guita no te quita lo grasa, al contrario. Seguís siendo un grasa bien vestido en una playa barata con una putita mal teñida, miamor, mientras yo estoy con un tipo que ni conozco que me agarra de la cintura y me penetra haciendo chocar mi pelvis contra el lavatorio.

Este tipo ¿Emanuel? También es un grasa, pero que bien coge.


II

- Bueno, flaquita, si te gusta decirme Mateo está todo bien.- me dice ¿Emanuel? con voz ronca y frotándome la cara en el espejo que queda con restos de mi rouge Russian Red.

Siento sus dedos y su lengua. ¿Cuántas manos tiene este animal? ¿Cuántas lenguas? Me olvido de mi ex. Andá a la puta que te parió Mateo.

Llego al orgasmo mirando mis ojos en el espejo.

Lo que siento y veo es tan alucinante que pierdo la conciencia.

Mi cara en el espejo se sale de foco, gira como un caleidoscopio.

El tipo ¿Emanuel? sigue atrás empujando, entrando y saliendo, metiendo dedo, lengua, no para.

Se me aflojan las piernas, ya no veo nada, nos caemos al piso.


III

La mina se llama Miriam, y bueno, yo tengo una fijación con los nombres bíblicos. Y esta noche tengo ganas de probar algo distinto. Hay algo oscuro en ella, un aura de odio que se desliza por sus sus curvas descarnadas. Soy capaz de perderme en esas cavernas para rescatar alguna rosa negra.

El contacto visual da positivo. Me la llevo al primer hotel de mala muerte que encuentro.

No se porqué me llama Mateo, debe tener la misma fijación que yo.

Pero que bien responde.

El espejo se mancha formando una rosa roja. ¿Será ella la que busco?

Le levanto el pelo para inspeccionar su nuca y descubro el tatuaje, pequeño, discreto, contundente. Es igual al mío, una réplica de aquella acuarela de Dalí.

Se me aflojan las piernas y nos caemos al piso.


IV

- ¿De donde me dijiste que sos?- dice ella aceptando el cigarrillo que él le ofrece.

- No te dije. De Mataderos. ¿Y vos?

- Barrio Norte.

- ¿Te puedo hacer una pregunta?- dice él

- Ya sé. Me vas a preguntar quien es Mateo.

- No. No es eso. ¿Dónde te hiciste el tatuaje?

- ¿Por?

- Mirá- dice él levantándose el pelo y mostrando su nuca.

- ¡No te puedo creer! Es igual al mío.

- ¿Qué tenés que hacer mañana? Dice él con una voz que para ella suena a cielo y tierra prometida.

- No sé mañana. Pero ahora tengo ganas de quedarme con vos.

- Encantado, me llamo Emanuel.





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13/12/10

El observador (Por mi cuenta otra vez)


-¿Quien sos?
- Para vos soy Septiembre.
- Ah. Es porque es el mes de mi cumpleaños, seguro. Viste que los sueños son así de raros.
- No es un sueño. Yo siempre estuve y siempre voy a estar. Fijate en las fotos.
Me siento en la cama y noto que estoy transpirando. No hubiera querido despertarme al menos hasta que el calvo me terminara de contar quien era y porqué sabía tanto de mí. Creo haber entendido que venía de otra realidad. La verdadera, me dijo. Me dijo es un decir, porque me lo transmitió telepáticamente. Era un sueño ¿no?
-Buen día-. La presencia reconfortante de Javier se afirma con el olor a café que viene de la cocina. ¿Para que sigo teniendo una cocina si no me gusta cocinar?
-Tengo que ir al super -digo asomando mi angustia existencial a la heladera desierta- Odio ir al super.
-Bué, ¿Nos levantamos de mal humor? Diste muchas vueltas en la cama anoche-. Me dice acariciándome el pelo con un beso rápido y sale a tomar el primer ascensor que pase.
“Fijate en las fotos” me dijo Septiembre.


Después me fijo. Ahora tengo que ir al super. Odio ir al super tanto como a cualquier lugar al que concurre gente. Me incomoda captar las vibraciones de baja frecuencia que se entrecruzan y chocan. Se superponen el chirrido de la señora que apunta el dedo en contra de la cajera, los gemidos frenéticos de los móviles que mandan twitts, las sirenas, las alarmas, la estática de los pensamientos de las parejas que hacen compras, El estribillo gutural del último tema de Shakira termina por colapsar mi sistema sensorial.
El protector áurico ya no me aísla. Por momentos no sé si son mis propios pensamientos o los ajenos. Suenan como una radio mal sintonizada.
Lleno el chango con más cosas de las que necesito, obedeciendo las leyes del mercado. Antes de llegar al estacionamiento tres chicos de menos de 14 años en patinetas me arrebatan el chango y dos cuadras más allá reparten el botín con otros tres. Siento un impacto en el pecho.
Corro a toda velocidad hacia la costa, encuentro en el camino una patineta abandonada y me subo. Creo que voy dejando una huella de sangre.
Desciendo por Colón hacia Varese sin parar. En el acantilado levanto vuelo.



Cuando estoy a punto de estrellarme contra las rocas el cielo se rasga como un papel. Es como un velo muy delgado que cae y me deja entrar a otra realidad. La siento tan real como la anterior. Caigo suavemente en la alfombra de algún living.
Septiembre está sentado junto a mi perra Lola. La que me regaló papá cuando cumplí tres años. El me mira con una compasión infinita y me dice que todo está bien, que tiene que irse. Que estoy por mi cuenta, otra vez.


Outsider. Marina and the Diamonds
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24/11/10

Que tiempos aquellos…



Me acuerdo que la vieja se sentó al costado de la cama, agarró la foto y mientras me alcanzaba el mate dijo:
- ¡Que linda chica! ¿Es tu novia?
Y se quedó mirándome con una sonrisa cómplice. No, le dije, no es mi novia.
¿Qué le podía decir? 
- Pero tenés su foto ahí. Algo tiene que ser.
Si, era. Laura era Laura. La chica que con su mini-guardapolvo blanco hizo estallar en un aplauso espontáneo a toda la plana masculina de todas las divisiones del comercial nocturno cuando entró al salón de actos en marzo de 1970. La minifalda era una audacia para ese entonces, pero ella no parecía enterarse. Por una cuestión de azar o de apellido a ella le tocó la otra división de quinto y yo me tuve que conformar con campanearla de lejos en el único recreo. Siempre rodeada del grupo de varones con los que compartía cigarrillos a escondidas, bromas y salidas después de clase. Esto en lugar de animarme, mermaba mi posibilidad de encararla.
- ¿Venís a la americana del Ruso?-. Me dijo el gordo Basabe ese viernes. Estuve a punto de decir que no, cuando por esas cosas se me ocurrió que por ahÍ a ella también la invitarían.
No habíamos hablado nunca, pero cuando del Winco salió el primer tema de Los Panchos, tragué saliva y la invité con un gesto. Ella milagrosamente se dejó llevar. Después dejó que me fuera pegando despacito a su cuerpo, de manera que ya no pude ocultar que estaba al palo. No se cuántos temas de Los Panchos bailamos sin escuchar y haciendo oídos sordos también a las cargadas del padre del Ruso, viejo ortiva, que no tenía nada mejor que hacer.
La respiración agitada y el temblor de mis piernas debió tocar su corazón porque nos fuimos juntos de la fiesta. Ella hizo que todo fluyera en forma natural, let it be, cero histeria, cero cuestión. No se sentía poseedora de algún tesoro que tenía que proteger de mis avances, como el resto de las chicas que yo conocía. Cuando mi asombro cedió, dejé de sentirme un boludo inexperto para pasar a ser el langa mayor del universo. Ella, la que arrancaba aplausos al pasar con su minifalda estaba en mis brazos.
Hacíamos el amor con la misma pasión con que hablábamos de filosofía, de política, de música o de literatura. Cuando descubrimos aquel hotelito donde el encargado hacía la vista gorda a la fecha del documento, estuvimos a punto de quedar libres por faltas en el colegio.
Un día descubrimos que ingresando a las 10 de la mañana teníamos derecho a quedarnos hasta las 10 de la mañana del otro día, y entonces los fines de semana nos sometíamos a un banquete de sexo entre botellas de cerveza, sandwiches de miga, sábanas revueltas, poemas de Neruda y temas de Los Beatles.
Cuando me dijo que se tenía que ir al sur me di cuenta de lo poco que habíamos considerado el ayer o el mañana. Me habló de una cuestión familiar y política que en ese momento no entendí.
- Es por mi hermano ¿sabés? Dicen que la mano viene dura y se va a poner peor.
Nos despedimos llorando un tremendo día de sol en diciembre que me hizo sentir en carne viva aquel “adonde iré con este sol” del Juan Moreira. Entonces la foto ocupó su lugar en mi mesita de luz.
Cuando me puse de novio con Marcela, la vieja sin decir nada guardó la foto en un cajón de la cómoda, junto con mis carpetas de quinto año.
Pensé tanto en ella cuando me contaron que en Bahía se habían llevado a los hermanos, a los dos, el Bomba y Cachito. Me perseguí por años sintiendo que Laura había corrido la misma suerte, pero no figuraba en la lista de la CONADEP. 
Recién ayer, cuando volví a la casa de los viejos para sacar las últimas cosas y ponerla en venta, volví a encontrarme con la foto.
Y como obedeciendo a un conjuro, a la noche la encontré a ella, a Laura, en el recital de Paul en River, justo cuando sonaba Yesterday.
El temblor de mis piernas y el brillo de sus ojos, apenas enmarcados por alguna línea de tiempo, nos hizo comprender que después de cuarenta años, contradiciendo a Neruda, nosotros seguíamos siendo los mismos.
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18/11/10

Mil vidas y una


el juego 1
Caigo en la cuenta de que fui la artesana de mi vida. Que soy y estoy donde yo quiero aunque de fondo hayan ardido puentes para incomunicarme con los circuitos que ya no me resuenan. Que el desmalezamiento ha sido la tarea, la gran tarea. Arrancar yuyos en el patio trasero lleva tiempo, mantiene el prana en orden y arroja saldos de karma positivos. Aunque los lotos crecen en el barro hoy no quiero exponer mis pies descalzos, ni extirpar las espinas.

Mil vidas vine haciendo lo que no haré en mil una. Una distinta a todas, una nueva.
Me acompañan los orbs y las violetas que danzan al amparo de los pinos.

Ilustra: Pintura “El juego” de Claudia Medina Castro
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25/3/10

Camino al Oscar

Estoy bajando de la limousine cuando descubro que una de mis medias negras tiene una enorme corrida en la parte trasera del muslo que deja al descubierto unos largos y negrísimos pelos. Mi vestido tiene un tajo que va desde el final de las nalgas hasta los pies, pienso, por lo que será imposible disimular el percance.


Esto no puede estar pasando. Estar nominada para el Oscar a la mejor actriz y llegar con una media rota, pienso, y me siento confundida. Bueno, de última y si no lo gano, entraré en la historia grande de la cinematografía por ser la única mujer que atravesó la Red Carpet con una media corrida, pienso, y me confundo porque lo pienso como si fuera lo más normal del mundo.

Más confuso aún me resulta que nadie repare en el detalle que a mí me desvela, cuando descubro que el tajo del vestido desapareció, y en cambio se ciñe a mí como si fuera una cola de sirena. Tanto se ciñe que me aprieta el vientre y me da ganas de hacer pis, sin contar que con esa cola no puedo dar más que pasitos de geisha maniatada. Hubiera preferido que se vea mi media rota, pienso, y me confundo más aún.

Cuando a duras penas puedo ocupar la butaca que está reservada para mí, aparece el conductor de la ceremonia. Es Marley. Esto sí que no puede estar pasando, debe ser un sueño, pienso, mientras el vestido sigue oprimiéndome y las ganas de hacer pis ya son insoportables.

Ojalá que no gane. No quiero ganar. No puedo subir al escenario en estas condiciones, pienso, mientras busco con la mirada una puerta que diga “baño”. Pensándolo bien, la puerta en cuestión no puede decir “baño” porque estoy en Hollywood y siendo una actriz estadounidense no puedo olvidarme de cómo se dice baño en inglés.

Me dirijo al señor de frac que está sentado a mi lado, y Georgie Clooney me responde con una sonrisa. Quiero preguntarle donde queda el ¡como carajo se dice baño en inglés! pero solo me sale una palabra ¡pis!

En la pantalla gigante estalla un juego multicolor de luces que dicen PIS, PIS, PIS. Mi vejiga y mis riñones estallan y gritan PIS, PIS, PIS.

Me levanto de la butaca y corro por el pasillo, el vestido tiene nuevamente su tajo original, que suerte, pienso, y corro hacia una puerta que dice “baño”, que debe ser para los nominados a mejor película de idioma extranjero, pienso como si eso fuera lo más natural del mundo.

Al fin, me siento en el inodoro y dejo salir toda la presión acumulada. PIS, PIS, PIS. Un chorro tibio, interminable, aliviador, maravilloso de PIS.

Mauricio me pega un codazo en las costillas. Siento la húmeda tibieza en medio de la que estoy sentada. Un hilito de pis cae por el borde de la butaca y forma un charquito que se escurre por el piso hacia las filas de adelante. Mauricio me quiere matar, pero no dice nada. Pueda ser que nadie se de cuenta. Cuando salimos, dejando la película por la mitad, me dice.

- ¿Qué hacés, pelotuda? Ya no te alcanza con dormirte y roncar en el cine, ¡ahora también te meás!
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23/2/10

Saray, una historia polvorienta. Parte 3, final.

Kip

-¿Y cómo se llamaba el soldado marroquí, abuela? ¿Te acordás de su nombre?
Como para olvidarlo. Kip, se llamaba Kip y cuando se sacaba el turbante el pelo ondulado le llegaba a mitad de la espalda, lo tenía más largo que yo, pero eso no le quitaba masculinidad.
El tenía una función especial en el ejército. Desactivaba las minas que el enemigo sembraba. Sus manos olían a pólvora y tierra y tanto a la hora del amor como del trabajo, se movían exactas y delicadas hacia su objetivo.
No se si fue mi culpa. Esa noche no lo dejé descansar y alguien vino a buscarlo de urgencia al alba. Un anónimo había avisado que en la plaza principal, dentro de la cabeza de una estatua, había una bomba.
Fue la única vez que sus manos fallaron y fue definitiva. No quise ver su cuerpo desmembrado. Tal vez era nuestro destino.
Dos días después el mundo festejaba el final de la guerra y rendía honores a los caídos. Yo quería fundirme y elevarme en una nube de arena del desierto.
Solo la danza hizo que pudiera abrir los ojos cada mañana y ponerme de pie.
- ¿Te volviste a enamorar, abuela? Preguntó la joven luego de una larga pausa.
No. Kip fue mi primer amor y el único. Tal vez el tiempo escaso y el trágico final hizo que lo idealizara y no pudiera evitar las comparaciones. Pero luego conocí a Pedro, un español sólido y práctico con el que me casé y formé una familia, tu abuelo. Tuve una vida serena. Volví a mi tierra. Sobreviví. Y cuando el polvo acumulado en los rincones amenazaba con ahogarme, tuve a la danza. Solo danzando podía sentirme totalmente viva, montar en ese potro y visitar los territorios de lunas rojas, éxtasis y libertad que mi adorado marroquí me había mostrado. Lo hago todavía, cuando nadie puede verme.
- Abuela, tenés un gran talento para contar historias. Si no hubieras elegido la danza, estoy segura de que hubieras sido una excelente narradora.
- Estás en lo cierto-, dijo la anciana con voz somnolienta y una semi sonrisa- otro día te cuento de aquella vida en la que fui una gran escritora.
La joven también sonrió y arropó a la anciana que hacía varios meses había adoptado como abuela. Por supuesto que ella sabía que nunca había sido bailarina, que jamás había pisado Marruecos y que tampoco había amado a un soldado marroquí. O tal vez si, pero solo en sus fantasías. Sabía que sus historias se inspiraban en una fértil imaginación, se nutrían de la cantidad de libros que había leído y en esta había alusiones a dos de sus películas favoritas, Casablanca y El paciente inglés.
No podía entender porqué nadie venía a visitarla al hogar para ancianos. Era tan adorable. Había oído por ahí que tenía una familia, y también que pensaban que sufría demencia senil. Que se inventaba cosas. Que fabulaba. Que había enloquecido.
A muy poco de tratarla, la voluntaria Magdalena comprendió que la anciana hacía lo que siempre había hecho: soñar despierta. Imaginar historias como si fuesen propias, sentirlas con intensidad y narrarlas. Y que era precisamente esa capacidad la que la había mantenido a salvo de la locura. Esa otra locura que sufren las personas que no creen en la magia.
Porque después de todo ¿Qué es lo que hace que la vida se llene de magia, sino la capacidad de imaginar?
Fin.
“La cosa más vieja del mundo es el fuego, y luego, los hombres alrededor del fuego contándose historias. No creo que haya nada en este mundo que me emocione más que eso, nada que hable mejor de la humanidad que su capacidad de soñar, de explicar cuentos, de compartir la imaginación, los recuerdos y los sentimientos.” Hernán Casciari.
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22/2/10

Saray, una historia polvorienta. Parte 2

Saray

Cuando cumplí los veinte empezaba lo que sería la segunda guerra mundial y a los puertos de América llegaban barcos con miles de inmigrantes que buscaban paz y alimento en estas tierras de promisión.

Yo que seguía prefiriendo el polvo errante de los caminos al de las habitaciones, hice el recorrido inverso. En un barco carguero con destino a Europa embarqué en el puerto de Buenos Aires con la carta de recomendación que un capitán escribió a un comerciante marroquí. Así me presenté en Casablanca, cuando Marruecos aún era una colonia francesa.

En esos tiempos, la guerra para mí era algo atroz pero que sucedía en otro lugar, a otra gente. Para mí solo existía la danza, y en esa tierra de árabes y bereberes, la danza te asalta en el mismo momento en que tus plantas la tocan, rodeando tus pantorrillas con chinchines, encendiendo tus caderas con tambores tribales y reptando en tu vientre hasta elevarte por sobre todo lo que existe.

-Tu, solo danza para los hombres y luego, olvídalos.

Me había dicho Zoé, la enérgica española que con su marido regenteaba el hotel de mediana clase donde mi show se convirtió en poco tiempo en la atracción principal.

Tuve muchos amoríos en esos primeros tiempos, hombres de todas partes disfrutaron de mi cuerpo y se postularon como amos. Ninguno pudo con un rival invencible: la danza, el elixir que me hacía libre como nada en el mundo.

Pero una noche en lo más alto del show, tropecé con un chispazo de ojos árabes, oscuros como la misma oscuridad, y aún en pleno éxtasis, pude saber que había algo distinto en él, un simple y tosco soldado marroquí que compartía la mesa con otros soldados.

Al finalizar el show Zoé me dio una nota con una invitación firmada por él y me lanzó una recomendación de las suyas.

-No te metas con soldados, guapa, no tienen un real en el bolsillo y son carne de cañón, pan para hoy hambre para mañana, mi niña.

Ni una congregación de consejeros hubiera impedido que yo esa noche me instalara frente a esos ojos brujos.

No se si fue su uniforme o su sonrisa a medias lo que me instaló de pronto en una realidad que había ignorado hasta el momento: estábamos en guerra, y en tiempos de guerra la vida toda es urgencia. Como cada segundo de vida es oro el deseo te muerde el corazón y te aligera de ropas.

Por eso esa misma noche el soldado marroquí y yo, tomamos a la vida por las astas y la cabalgamos juntos.

Ay, mi niña, esto que te cuento no se lo he dicho a nadie.

Nunca había cabalgado así. Confundidos caballo y jinete, yo montada en su grupa y él en la mía, con una enorme luna roja iluminándonos, conocimos territorios inexplorados. Ese oscuro y robusto caballo árabe, levantó con sus cascos todo el polvo de todos los caminos que aún no había conocido, sacudió la pátina grisácea de todas los rincones de mi ser, atravesó tormentas de arena y depositó en tierra firme a una nueva Saray, una que sabía que la danza podía ser de a dos, que la libertad y el éxtasis podía experimentarse entre dos.

- ¡Que lindo abuela! ¡Me dejaste temblando con tu recuerdo. Seguí contando, por favor. ¿Qué pasó después?

Los ojos azules de la anciana se fueron cerrando de a poco. Sumida en el recuerdo de su primera noche de amor, era aún más bella.

La joven la arropó con cariño y le dio un beso en la frente. Paciencia, al otro día trataría de hacerle retomar la historia en el mismo punto en que la habían dejado.

Continuará

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20/2/10

Saray, una historia polvorienta. Parte 1

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Por esos años, las jovencitas de mi pueblo que no quisiéramos terminar solteronas y al cuidado de nuestros padres en su vejez, teníamos dos opciones. Encontrar al hombre que nos llevara al altar o ejercer la prostitución en la casa de citas más popular de la Patagonia, con opción a ascender y brillar en los prestigiosos cabarets de la gran capital.

Mientras mis congéneres consumaban gualichos para el buen matrimonio o aprendían francés para ser putas con glamour, yo encontré una tercera salida y me fui con el circo que cayó al pueblo al otro día de cumplir mis 16.

Llenarme del polvo de los caminos con un grupo de gitanos desconocidos me pareció mucho mejor que quedar a merced del polvo de pueblo que se acumularía sobre mi retrato de bodas o mi traje de meretriz.

Se trataba de esclavitud segura o libertad probable, y no dudé ni un segundo cuando Adonay el gitano me invitó a seguirlo, no por mis condiciones para el arte circense, sino por la doble dureza que se levantaba bajo la tenue seda de mi blusa.

Cuando Adonay se prendió extasiado a mis pezones vírgenes no tuve miedo.

La familia del niño calé no permitiría la unión formal con una payo, y pasado un tiempo yo quedaría libre y lejos del pueblo y su pátina polvorienta. Y así fue.

Mientras la pasión del joven se debilitaba bajo la presión de la familia Amaya, yo desarrollaba el arte que me haría finalmente libre: la danza.

Descubrí que la danza no solo me hacía libre de cuerpo y alma mientras me entregaba a ella, sino que también me haría independiente si sabía utilizarla como medio de vida.

Así fue como dejé atrás los carromatos y los asedios nocturnos de Adonay cuando un empresario visionario dueño de un bar de mala muerte me contrató para que le baile a sus parroquianos estables y marineros de paso en el floreciente puerto de Mar del Plata.

De mi periplo con los gitanos me quedó mi arte y el nombre que llevo hasta hoy, Saray.

La anciana hizo una pausa en el relato que su nieta seguía atentamente cuando en el álbum de fotografías que hojeaban apareció esa foto. La de ella, Saray, luciendo un vestido de novia.

- Entonces, abuela, ¿cómo fue que conociste al abuelo?-. Preguntó la niña tratando de sacar a la anciana del espacio al que había entrado con la voz quebrada y los ojos turbios.

- Bueno, esa es una larga, larga historia, mi cielo. Te la contaré otro día. Ahora quiero descansar.

Continuará

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18/2/10

Bear Valley

bear-valley-entrance

Solo la luna iluminaba el campamento, blanco al completo si no fuera por los árboles oscuros que retenían en sus brazos raquíticos un puñado de nieve suspendida. Las luces interiores del remolque debían emitir la única señal de vida en los alrededores.

Yo apuntaba en mi notebook los detalles de este periplo salvaje por California. No quería hacer un diario de viaje sino capturar los detalles que luego me servirían para escribir una novela, un cuento, o lo que fuera. Las sensaciones en aroma y color que regalaban los lugares que iríamos tocando, y que servirían de descripción real en alguna historia de ficción.

James entró sacudiéndose del abrigo los restos de nieve. Se sacó el gorro de lana liberando su melena lacia. El mechón rubio ocupó su lugar natural sobre la piel bronceada de la frente, lo suficiente para dejar libre la chispa de unos ojos verdosos y risueños. Me besó suavemente y se sentó frente a mí dejando en el piso un hato de ramas gruesas. Con el cuchillo de caza empezó a sacarle punta a una de las ramas, disfrutando del acto con una sonrisa que ahondaba el hoyuelo en su mejilla derecha. Era como un niño creando su propia aventura.

- ¿Qué es eso? ¿Qué estás haciendo?- le pregunté levantando la vista de la pantalla.

- Una trampa para osos.- me dijo con seriedad.

- Es broma-. Le dije

- No es broma. Estuve recorriendo y a poco de aquí encontré una cueva de oso con señales de estar habitada.

- No es verdad-. Insistí.

- Es verdad. Por algo este lugar se llama Bear Valley, Candy-. Pero no te preocupes, además de la trampa haremos una fogata. El fuego espanta a los osos como a cualquier animal. Salvo que alguien se haya robado a una de sus crías como acabo de hacer, en ese caso ni el fuego detiene a una madre oso enfurecida.

- ¿Estás tratando de asustarme?

- No. Te estoy dando letra para alguno de tus cuentos-. Dijo divertido.

- Lo que me estás dando es una imagen de la perfecta felicidad-. Le dije en un rapto de amor extremo-. Un flash del paraíso.

Y así era. El hombre perfecto, en el lugar indicado, en el momento oportuno, correspondía a mi amor apasionado. Estábamos juntos en la cima del universo.

James se movió un poco como para tocarme y lo detuve.

- No te muevas. Quiero capturar este momento-. Dije sacando mi cámara digital y apretando el obturador tantas veces como pude antes de que me tumbe sobre la cama con su fuerza de tsunami y puro músculo.

Me desperté con la molestia de un rayo de sol en plena cara. James ya no estaba en la cama. Había un silencio extraño afuera, un silencio que aturdía.

Lo llamé con temor, y con temor salí del remolque. No había más señales de James que unas pisadas desdibujadas por la nieve que estaba cayendo.

Seguí el rastro y más adelante vi las otras pisadas. Eran enormes y redondas, iban detrás de las suyas. En un punto las pisadas se mezclaron, como si la bestia lo hubiera alcanzado, y enseguida, la sangre.

Una senda en la nieve, regada de sangre, marcaba el camino de un cuerpo arrastrado por una fuerza brutal.

El rastro terminaba en la boca oscura de una cueva, de donde partían los gemidos de un oso mezclados con gemidos humanos de agonía.

Corrí al remolque para pedir ayuda por el móvil. Entonces vi la imagen. James había bajado la foto que le tomé por la noche a la computadora y allí se veía con toda claridad. Justo detrás de su cabeza, por la ventanilla del remolque, los ojos enrojecidos de furia de la madre oso, prometían una muerte lenta y dolorosa.

Cerré la notebook y me deslicé hacia la cabina delantera. Corrí con esfuerzo el vidrio que separa el espacio del conductor e introduje mi cabeza.

Le di un sonoro beso en cuello debajo de su sweter y hundí mi nariz en su aroma varonil.

- Mi amor, el cuento que me inspiraste está terminado.

El camino estaba despejado y el sol estaba en lo más alto. Atrás, el campamento de Bear Valley quedaba totalmente solitario sin nosotros.

Pensé en capturar ese momento de alguna manera, pero solo pude besar a James en el cuello interminablemente.

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13/2/10

Pacto en San Valentín

Hacía un mes que estaba viviendo en la estancia el día de la tormenta.
Agobiada, maldiciendo al calor y los mosquitos. Añorando de a ratos el confort de mi departamento con aire acondicionado. Me asomé a la ventana y la vi. Venía avanzando parejo desde el noroeste, con una negrura compacta traspasada por los flashes, uno detrás del otro, sin pausa.
A Dios se le ocurrió hacer una atemorizante sesión de fotos del planeta, diría mi madre.
Las tormentas en el campo irradian silencio. Y de pronto el trueno te corre por la espalda como un mal presagio.
Estaba sola en la casa principal. Dante se había ido temprano a los galpones, a reunirse con la peonada. Dante. ¿Qué hacía que no venía? Con esa tormenta tendría que estar conmigo.
Yo era recién una aprendiz de estanciera atolondrada que sin su presencia aglutinante me sentía fragmentada en medio de un mapa sin señalizar. Dios, como lo amaba.
Salí a buscarlo con esa punzada en la boca del estómago que me alerta sobre algunos eventos trágicos, alzando las manos como si el gesto me preservara de una furia que estaba por caer, implacable, sobre mi cabeza.
Llegué justo cuando Dante se subía a la camioneta.
- ¿Adonde vas?-. le dije gritando.
- Voy a buscar a José, que está en medio del campo y lo agarró la tormenta arriando animales. Quedate adentro hasta que vuelva, por favor.
- ¿Es peligroso?- le pregunté señalando los relámpagos crecientes.
- ¡No!-. me contestó gritando sobre un trueno.
- ¡Entonces voy con vos!-. le dije mientras me subía decidida a la camioneta.
- No, pendeja, vos no vas.
- ¡Entonces si es peligroso! - le grité acomodándome en el asiento delantero-, si yo no puedo ir, vos tampoco.
- Mirá, esto es una emergencia, no vamos a perder tiempo discutiendo. No podés venir y punto-. Dijo poniendo en marcha la camioneta y girando hacia la casa.
- ¡Por favor! Le tengo mucho miedo a las tormentas, no me quiero quedar sola- mentí con desesperación.
Dante se bajó y me abrió la puerta. Se mordió el labio inferior y soltó su voz de lija al agua. Su voz como de cantaor flamenco. Su voz como de Diego el Cigala.
-Mirá, pendeja, no estamos jugando. O te bajás por tu cuenta o te bajo yo.
-Está bien, me bajo yo. ¡Pero cuidate!
Entonces me rodeó la cintura con sus brazos morenos, me apretó contra la camioneta y me violó la boca con un beso de los suyos. De esos que venían precedidos por la aspereza sutil de la barba y sucedidos por un mordisco suave y una lengua contundente. Me besó como besan solo los hombres que conocen el camino directo hacia su propiedad. Dios, como lo amaba.
- Te mando a Mercedes para que te haga compañía-. dijo, seguro de haber dinamitado otra vez una avanzada rebelde de mis genes en un solo acto.
Entré a la casa temblando. El beso y la tormenta habían tomado el control de mi cuerpo.
Mercedes llegó empapada y se paró tímidamente a mi lado en la cocina.
- Uh, Mercedes, no hace falta que te quedes, yo estoy bien. Andá con tu familia vos.
- No patroncita, me tengo que quedar, si no el patrón se va a enojar.
-Está bien. No me digas patroncita, me causa gracia. Tomemos unos mates, ¿Querés?
- Yo los preparo, señora.
También me causó gracia oír que me llamaran señora. Todavía no me había acostumbrado. Ibamos a festejar el primer día de los enamorados como marido y mujer. Estaba todo preparado para una cena especial. Ahí le daría la noticia.
Miré la foto del casamiento en el centro de la mesa.
Desde la foto, Dante y sus ojos como de gitano. Dante y su línea de barba fina sobre el mentón. Dante y su angosta cadera bajo el pantalón del frac, ese que yo misma le había arrancado con urgencia después de la fiesta. Dante y sus piernas como de bailaor gitano y su pelvis ondulante entre mis piernas.
Dios, como lo amaba.
La tormenta no paraba de lanzar malos augurios. Me recosté en la ventana tratando de crear un camino protegido que trajera de vuelta a mi hombre adonde debía estar, adonde pertenecía. Afuera era todo una planicie oscura que quería tragarlo, desaparecerlo, escurrirlo de mi abrazo.
Mercedes tenía la mirada perdida. Su hombre también estaba allá.
- Señora, si usted me permite…quisiera prenderle una vela a la santita.
- Hacelo tranquila. Si eso te ayuda.
- Gracias- dijo sacando del pecho una estampita- Es Santa Bárbara, la patrona de las tormentas. Es muy milagrosa.
Se hizo un largo silencio en el que Mercedes rezaba y yo me enfrentaba a mis dudas.
Ella tenía su fe, yo solo tenía una ira que crecía con las horas.
Y con mi ira como armadura salí a desafiar a la tormenta.
Alzando los brazos y exponiendo el pecho, le grité que no se atreva. Que no se atreva a quitarme a mi hombre. Que no se atreva a mezclar esta agua con su sangre.
Mercedes se había dormido sobre la mesa, cansada de negociar con la santita.
Entonces hice el pacto. Un pacto con la tormenta, que ella aceptó, asesina voraz como pocas, aprovechando mi debilidad de enamorada.
Cuando Dante volvió sano y salvo, me encontró sentada en medio del charco en la entrada.
Ya estaba amaneciendo y el sol iluminaba la sangre diluida en el agua.
Mi vientre estaba vacío. El pacto se había cumplido.
La tormenta se había ido llevándose una vida. Pero no la de Dante.
Dios, como lo amo.

Nota de la autora
El video lo puse al solo efecto de ilustrar como es la voz de Dante, el personaje del cuento. Por si no había sido clara mi descripción.
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27/12/09

Locos bajitos (otra versión de la misma foto)




Nene que pasa – Hola ¿Qué hacés?
Nena en la ventana – Hola. Adiviná. ¿Qué puedo estar haciendo un 24 de diciembre a la noche, vestida así y con un arbolito de navidad atrás?
Nene sentándose en el umbral – Era una pregunta para entrar en confianza. Es obvio que estás esperando a Papá Noel…
Nena saliendo y sentándose al lado del nene – Obvio.
Nene - ¿Y que le pediste? ¡Ya sé! Seguro que le pediste una Barbie.
Nena - ¡No, nene! Ya tengo todas las Barbies. Le pedí un iPhone, un Ipod y una Netbook. ¿Y vos?
Nene – Un skate nuevo y la Play dos. ¿Y estás segura que te lo va a traer?
Nena – Más vale. Soy hija única y tengo un montón de tíos.
Nene - ¿Y eso que tiene que ver?
Nena riéndose – ¡No me digas que vos no sabés quien es Papá Noel!
Nene riéndose – Si, si, si, que sé. Quería saber si vos sabías.
Nena – Yo hace dos años que sé, pero me hago la boluda para que me sigan comprando lo que pido.
Nene riendo – Yo también. ¡Uh mirá! Ese disfrazado de Papá Noel me parece que viene para acá…
Nena- Shh callate que es mi tío Oscar, no te rías que se va a avivar.
Nene – Se debe estar cagando de calor con ese traje
Nena – Si, yo no sé a quien se le habrá ocurrido vestir a Papá Noel como en el polo norte si acá hace 38 grados como mínimo.
Nene – Que boludos.
Tío – Ho ho ho ho ¡Feliz Navidad!

Este microcuento participa en la convocatoria literaria de Bicho de letras.
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22/12/09

Solo se ve bien con el corazón. (Instantáneas de ficción, Convocatoria literaria)



Esa Navidad nos vimos por primera vez, a través de la ventana. Los Petasni se habían mudado a mitad de año a la casa de enfrente, pero Mauricio era un año más chico que yo y todavía no iba a la escuela.
A la tarde le había preguntado a la tía Maru por qué los vecinos nuevos no tenían arbolito y me había contestado un poco molesta
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25/11/09

Sencillamente

Me gusta cuando hacés con los dedos un rastrillo y los llevás a tu pelo haciendo tiempo para encontrar una propuesta. Cuando mostrás el génesis de alguna idea en la sonrisa.

Me gusta más tu risa y provocarla. Es que tus dientes me gustan mucho cuando están desnudos.
Me gusta que me busques y pegues mi nariz a tu pecho lampiño y perfumado, como comienzo de un camino largo que nos gusta.
Me gusta andar a tientas sin saber quien dirige.
Me gusta el gesto de tu brazo para alcanzarme el cigarrillo, la sábana metida entre tus piernas y que te guste saborear mi espalda.
Pero, sencillamente, lo que más me gusta, es que te guste que me guste que no me necesites.
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16/11/09

Breve crónica de lo sucedido en la comarca de Sharap

Algunos hombres de fe sostienen que lo sucedido en la comarca de Sharap fue un hecho de origen divino anticipado por los antiguos profetas del pueblo elegido justo para esos tiempos. Como los hechos divinos suelen estar muy emparentados con los hechos demoníacos y esto confunde a mucha gente, los hombres de ciencia sostienen que el causante fue un virus mutante.
Sin ánimo de confirmar ni refutar ninguna de las dos teorías, intentaré contar la historia transitando una crónica lo más despojada de opinión sesgada que me sea posible.
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17/10/09

Desmesurado amigo mío

Estaba muy solo y era demasiado bohemio. Se casó muy joven y tuvo muchos hijos.
Uno no sabía si odiarlo o quererlo, cuando bajaba del auto a cualquier hora, con cinco criaturas de toda edad, una guitarra criolla o una eléctrica con todos sus accesorios.
-Que bueno que tus vecinos no se quejan.- decía entre una canción y otra, feliz.- Esto en mi casa no lo puedo hacer, a Cristina le molesta.
- Dice mamá que son las dos de la mañana, Pilo.- le avisaba Camila.
- ¿Cristina está en el auto? ¡vos estás loco! ¿por qué no la hiciste bajar?.- le decíamos.
- No quiere bajar. Yo le avisé que venía para acá y ella insistió en seguirme.
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7/10/09

Benito o Whatever. (The end).

Meditación es una de esas palabras - como conciencia - que según de que lado del mundo estemos hablando, tienen significados opuestos.
Si yo digo que para dialogar con Benito o Whatever entré en estado de meditación, quien me escuche, o en este caso, lea, buscará en su diccionario interno de acceso instantáneo la acepción que corresponda a su formación cultural. En muchos casos aparecerá una imagen así y en otros tantos será algo así . En algunos casos aparecerán ambas.
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5/10/09

Benito o Whatever III

La simple sospecha de que Abril –luz de nuestros ojos- pudiera ser objeto del interés de Benito o Whatever nos puso en alerta. Recordando Poltergeist, Sexto sentido y tanta película sobre niños poseídos, utilizados o chupados por entidades malignas, decidimos escuchar a los especialistas.

Anita, vidente madrileña online me aseguró que efectivamente esa oscura entidad del bajo astral de género masculino necesitaba absorber la energía de un ser luminoso y puro como la niña. Solución: un ritual con velas y símbolos que lo ayudaría a salir de su condición de alma en pena para enviarlo al plano que deben habitar los espíritus desencarnados.
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4/10/09

Benito o Whatever II

Si bien la forma correcta de asimilar y contar una experiencia es enfocarse en lo experimentado por la primera persona del singular, a veces sucede que una misma experiencia involucra a varias personas y este es el caso que me ocupa.

La experiencia Benito o Whatever involucró a toda mi familia y algunos allegados, y aunque a la hora de ponerle nombre haya diversidad y hasta profundo desacuerdo, los hechos vividos fueron iguales para todos.
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Benito o Whatever

Si una experiencia contradice a una creencia, yo elijo la experiencia.

No estoy segura de casi nada. Las certezas absolutas me escasean, salvo para lo que es mi experiencia.
Cuando se tiene una experiencia que contradice una creencia, por lo general se elije la creencia, y así se coloca la etiqueta de “sobrenatural” a todo aquello que sucede por fuera de lo que la mayoría sostiene que es lo natural. Yo elijo la experiencia.
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