22/2/10

Saray, una historia polvorienta. Parte 2

Saray

Cuando cumplí los veinte empezaba lo que sería la segunda guerra mundial y a los puertos de América llegaban barcos con miles de inmigrantes que buscaban paz y alimento en estas tierras de promisión.

Yo que seguía prefiriendo el polvo errante de los caminos al de las habitaciones, hice el recorrido inverso. En un barco carguero con destino a Europa embarqué en el puerto de Buenos Aires con la carta de recomendación que un capitán escribió a un comerciante marroquí. Así me presenté en Casablanca, cuando Marruecos aún era una colonia francesa.

En esos tiempos, la guerra para mí era algo atroz pero que sucedía en otro lugar, a otra gente. Para mí solo existía la danza, y en esa tierra de árabes y bereberes, la danza te asalta en el mismo momento en que tus plantas la tocan, rodeando tus pantorrillas con chinchines, encendiendo tus caderas con tambores tribales y reptando en tu vientre hasta elevarte por sobre todo lo que existe.

-Tu, solo danza para los hombres y luego, olvídalos.

Me había dicho Zoé, la enérgica española que con su marido regenteaba el hotel de mediana clase donde mi show se convirtió en poco tiempo en la atracción principal.

Tuve muchos amoríos en esos primeros tiempos, hombres de todas partes disfrutaron de mi cuerpo y se postularon como amos. Ninguno pudo con un rival invencible: la danza, el elixir que me hacía libre como nada en el mundo.

Pero una noche en lo más alto del show, tropecé con un chispazo de ojos árabes, oscuros como la misma oscuridad, y aún en pleno éxtasis, pude saber que había algo distinto en él, un simple y tosco soldado marroquí que compartía la mesa con otros soldados.

Al finalizar el show Zoé me dio una nota con una invitación firmada por él y me lanzó una recomendación de las suyas.

-No te metas con soldados, guapa, no tienen un real en el bolsillo y son carne de cañón, pan para hoy hambre para mañana, mi niña.

Ni una congregación de consejeros hubiera impedido que yo esa noche me instalara frente a esos ojos brujos.

No se si fue su uniforme o su sonrisa a medias lo que me instaló de pronto en una realidad que había ignorado hasta el momento: estábamos en guerra, y en tiempos de guerra la vida toda es urgencia. Como cada segundo de vida es oro el deseo te muerde el corazón y te aligera de ropas.

Por eso esa misma noche el soldado marroquí y yo, tomamos a la vida por las astas y la cabalgamos juntos.

Ay, mi niña, esto que te cuento no se lo he dicho a nadie.

Nunca había cabalgado así. Confundidos caballo y jinete, yo montada en su grupa y él en la mía, con una enorme luna roja iluminándonos, conocimos territorios inexplorados. Ese oscuro y robusto caballo árabe, levantó con sus cascos todo el polvo de todos los caminos que aún no había conocido, sacudió la pátina grisácea de todas los rincones de mi ser, atravesó tormentas de arena y depositó en tierra firme a una nueva Saray, una que sabía que la danza podía ser de a dos, que la libertad y el éxtasis podía experimentarse entre dos.

- ¡Que lindo abuela! ¡Me dejaste temblando con tu recuerdo. Seguí contando, por favor. ¿Qué pasó después?

Los ojos azules de la anciana se fueron cerrando de a poco. Sumida en el recuerdo de su primera noche de amor, era aún más bella.

La joven la arropó con cariño y le dio un beso en la frente. Paciencia, al otro día trataría de hacerle retomar la historia en el mismo punto en que la habían dejado.

Continuará


1 comentario:

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