15/1/14
Casada conmigo
El hombre de unos cuarenta años, con anteojos recetados y la cabeza casi rapada conversaba con otros dos hombres con acento español. Quedé absorta porque su parecido con José no podía ser casual. Pero no me reconoció, así que no era mi José. Yo estaba en Ezeiza y el avión que traía a mi nuevo amor desde México se anunciaba para dentro de dos horas.
¿Qué hacía el clon de José cancelando la felicidad ese momento que debía ser histórico?
Entonces la certeza de que me había equivocado se volvió tan clara que me dolía en los ojos. Decir que me cayó la ficha es poco descriptivo. Me cayeron todas las fichas que durante tres meses había ordenado, prolijas, y bien pensadas para concretar un romance que había nacido en la Internet y que no era José.
José me había dicho claramente semanas antes que nunca podría dejar las Baleares porque se debía a los suyos, sus padres enfermos, mayores y solos. Y dado que yo tampoco podía dejar Argentina, porque a los míos, sanos y jóvenes jamás los dejaría. Lágrimas, carilinas y The End.
Inmediatamente me aboqué a la búsqueda del sustituto posible de José el imposible. Con esa garra estúpidamente luminosa de los que no terminan de asimilar un fracaso y emprenden otro. Un clavo saca otro clavo dice el saber popular. Y tuve la mala suerte de encontrar el clavo. O de inventarlo. Y estaba llegando en apenas dos horas.
Me senté a tomar un café con la duda. ¿Era físicamente real este gallego idéntico al José real o era un telegrama cósmico? como fuera, no resolvía mi problema geográfico: yo estaba ahí y el avión que traía al mexicano a bordo no dejaría de aterrizar.
Evalué la situación hasta que todo quedó reducido a las únicas dos salidas posibles: huir o luchar. No puedo decir que elegí porque obedeciendo el rigor científico, el que eligió por mí fue el cableado neuronal que siempre me lleva a optar por el camino más recorrido: la lucha.
Dos horas más tarde, el mexicano y yo nos tomamos un café con la incomodidad. No se fingir. Mi cara lo dijo todo. Y mis lágrimas cayeron al ritmo de la impotencia mientras le decía la verdad a mi repentino ex amor mexicano. Aunque nunca le dije la toda la verdad porque eso me sería revelado más tarde:
Como una epifanía:
José, mi José, aquel José que amaba y me amaba a miles de millas era tan inalcanzable como irreemplazable, incluso por el mismo José de carne y hueso y que el clon de José había venido en forma de telegrama cósmico a revelarme esto; que no era él pero tampoco otro. Que no era nadie en realidad. Porque lo que yo buscaba, con la garra estúpidamente luminosa que me caracteriza, era estar felizmente Casada conmigo.
Gracias Wei Hu y universo por Casada con Buda
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Ya había leído este muy buen texto en otra ocasión y me gustó tanto como la primera vez.
ResponderEliminarO será que cada vez es una nueva vez, aunque el nuevo José sea el mismo otro que dice por boca de los dos que no son nadie.
Abrazo (la extraño)
Ja! Usted no necesita explicaciones, vecina. Siempre da en el clavo. Muack
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